Proclamación del Día de los Veteranos Nuestros enemigos ya no marchan con uniformes brillantes ni agitan la bandera de un rey extranjero. La lucha ya no se libra solo en costas lejanas. Está aquí. Es ahora. Hoy, la amenaza proviene de la censura, la propaganda, la corrupción y la guerra psicológica, diseñadas no para conquistar nuestra tierra, sino para conquistar nuestras mentes. Se libra todos los días en nuestros medios, nuestras escuelas, nuestros tribunales, nuestras elecciones y en el espacio digital donde la verdad misma está bajo asalto. El veterano de antaño aseguró nuestras fronteras; el patriota de hoy debe asegurar el verdadero significado de América. Esos guerreros no lucharon por fama o favor. Lucharon porque creían —en lo más profundo de su ser— que América valía la pena defender. Que la libertad dada por Dios no era un eslogan, sino una herencia sagrada. En este día, honramos a cada hombre y mujer que tomó el juramento de defender esta Nación, pero también hacemos un llamado a todos los que ahora heredan el campo de batalla. El arma puede cambiar, el campo puede desplazarse, pero el deber permanece eterno: resistir la tiranía en cada época, en cada forma, con cada aliento que Dios nos concede. El juramento no expiró cuando cambió el campo de batalla; evolucionó. Mientras recordamos a los caídos y saludamos a los vivos, también comprometámonos nuevamente a la lucha que tenemos por delante, no con mosquetes y bayonetas, sino con coraje, claridad y una fe inquebrantable de que esta Nación aún vale la pena defender. Que los caídos sean recordados y los vivos sean honrados. Que la próxima generación se levante, no como beneficiarios ociosos de la libertad, sino como sus guardianes vigilantes, porque la libertad sobrevive solo donde persiste el coraje. Que Dios continúe bendiciendo a los Estados Unidos de América, la última mejor esperanza de la tierra.